No tenía ninguna dicha,
todo era de un oscuro profundo
en este mundo, en mi mundo.
No había estrellas ni alegría,
simplemente un tiempo que se iba
en relojes indiferentes.
Con algunas arrugas en mi frente
me encontraste un día frío de invierno
y le diste calor con tu sonrisa.
Con tus abrazos despertaste en mi pecho
un corazón que no estaba latiendo,
comenzó a latir de nuevo.
Mis manos siempre vacías
ahora están llenas de caricias
con un cálido amor que edifica
con su existencia este destino
que ahora veo muy distinto
contigo, sólo contigo.
miércoles, 23 de julio de 2008
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