Mi soledad era pequeña,
aburrida y cotidiana.
Pero estaba acostumbrado a ella
aunque muchas veces la odiaba.
Me aislaba siempre del mundo
tras las murallas de mi casa.
Hasta que llegaste a mis días
con toda esa luz de tu alma.
Le pusiste flores a los jardines,
gorriones a todas las ramas,
sol a las ventanas antes cerradas.
Un aroma dulce a la almohada,
tus besos en mis labios,
poemas en todas mis palabras.
Perdí las horas que contaba
en ese viejo reloj, ya detenido,
en un tiempo que nunca pasa.
Borraste los tristes recuerdos
que venían como oscuros fantasmas
en las noches de luna quebrada.
Pero un día, de repente,
te fuiste sin decirme nada.
Ahora mi soledad es infinita,
el sol me quema las esperanzas.
Las flores han muerto,
aquel dulce aroma se fue contigo.
Los gorriones ahora hacen sus nidos
en otras muy lejanas ramas.
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