No me digas
de mis poemas
nada.
Somos distintos,
muy diferentes,
pero lo mismo.
Escribes sin rimas
con esa certeza prístina
de tu joven vida.
Yo me dejo llevar
por el ritmo, la métrica,
cosas de viejo querida.
Cosas que mantuve
en el alma encendidas
y son vicio ahora.
Mis palabras
son quizás la monotonía
de decir lo mismo.
Pero es lo que consigo,
y está bien si eso puedo,
está bien si eso debo.
Aunque leo lo tuyo
y reconozco el futuro
al cual no me acerco.
Pero es así el tiempo,
te atrapa en sus redes,
te pega al suelo.
Vuela alto siempre,
abre muy bien tus alas,
yo me quedo abajo.
Abajo de todo,
mirando; siempre miro
las aves que se marchan.
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