Temprano llega la mañana
con el sol como regalo.
Las aves están cantando
sus canciones cotidianas.
Mi ventana se abre grande
para que entre el aire
y ventile este sueño
que siempre me acompaña.
El desayuno no hace falta
si tengo la magia de las horas
primerizas en el reloj de la cocina
que marca su paso desde arriba.
Bien alto, cerca del techo,
cuesta un poco cuando se detiene
ponerle de nuevo sus pilas.
Pero ese no es el problema,
el problema es la siesta,
es la tarde que se queda.
Se encapricha hasta la noche
en no irse y dejarme solo,
no sabe que tu recuerdo
en las tardes lleva tu nombre.
Que la luna se esconde
en tus ojos siempre lejanos,
que mis manos rozan el espacio
siempre vacío que me dejaste.
Pero cada mañana me renuevo,
late mi corazón y pienso
que quizás este día pueda
olvidar este sentimiento.
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