El mar, el mar altivo,
quiso ser más que el río
con su oleaje infinito,
con sus mareas sin ritmo.
La luna, la dulce luna,
lo miró y encontró sentido
a la idea de ponerle coto
a su locura de pobre niño.
Se hizo cargo del agua,
de regular todas las mareas
en todas las playas del mundo
para que nada malo suceda.
Porque ella siempre vela
con su preciosa belleza
el destino de esta tierra
como una madre buena.
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