No eras paz,
ni silencio alguno,
ni esperanza dulce,
ni sueño eterno.
Tampoco aquello
que siempre se espera,
pero es así el destino,
suele sorprendernos.
Ahora, con el tiempo,
comprendo que eras
en mis días de invierno
el calor de mi cuerpo.
La sonrisa desmedida
que en mi cara tenía;
fui feliz y no lo supe,
tuve todo y lo perdía.
Fui mejor al resto
de los que fui luego,
quebrabas mi rutina
de vacío y encierro.
Dejabas encendida
la luz de los vientos;
esa primavera lejana
que todavía recuerdo.
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