Mi dios no existe,
o es muy pequeño y lo dejé olvidado,
quizás esté mezclado entre papeles,
entre tantos libros extraños.
No lo veo en las paredes,
ni en las ventanas como al ocaso,
tampoco en esas fotografías
que suelo mirar a diario.
En el prójimo o en mí mismo,
en quien sufre a diario no extraño
esa luz que dicen llega del cielo
como si fuera un milagro.
La fe cuesta mucho a veces,
se quiebra cuando parece sólida,
se cae a pedazos y quedamos
abrazados por un fuego amargo.
Arrastrados hasta el mismo infierno
estamos ciegos y nada vemos
más que nuestro propio universo
hecho de solitarios retazos.
Pero sé que existe algo arriba,
y no porque no pueda comprenderlo
considere que no exista la misericordia,
el amor y la salvación misma.
Tal vez no sea mi camino, o mi senda
sea caer uno y todos los sucesivos días
como una piedra que nada siente,
como una sombra que nadie mira.
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