El tiempo era una esquirla
en su corazón que le dolía,
pero no decía nada.
Permanecía callada
mirando por la ventana
con aire de nostalgia y magia.
Las horas le dolían,
todos los días, cada mañana,
pero no decía nada.
Sonreía mansamente
como en el árbol la rama
que el viento sacude
con su fuerza denodada.
Llorada cuando nadie la veía,
así no conocimos sus lágrimas;
si ella era perfecta, no sufría,
sólo cantaba.
Y ahora en estas fotos
antiguas, amarillas, anaranjadas;
me doy cuenta de todo eso,
con los años se aprende de la nada.
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