Si ya nada queda,
si nada hacer se puede,
salvo esperar la muerte
con resignada paciencia.
Caminaré la acera
hasta la playa pequeña
de las consecuencias
siniestras de la ausencia.
Apagaré la luna
y también unas estrellas
que tenían su nombre
brillando en las tinieblas.
Quemaré los libros
amarillos de hojas viejas
para que el humo se eleve
a un cielo que espera.
Romperé las puertas
cerradas del alma inquieta
para que huya bien lejos
a espacios de nuevas metas.
Dormiré tranquilo
acaso la última siesta
de esta vida que se evade
del planeta tierra.
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