No vienes,
ni el sol de los viernes,
ni la luna de cada noche,
ni la alegría olvidada,
la felicidad desconocida.
Ni las estrellas que brillan
en cielos infinitos que terminan
donde llega la profunda mirada
de quienes no claudican
a pesar de todas sus heridas.
Mi fe ya es muy poca,
cual hilo de agua se evapora
en el desierto de las sombras
amargas de todas las palabras
que en silencio caen todas.
Pero en el fondo del alma
siempre queda guardada
una leve luz que se asoma
en la noche más oscura,
la más terrible de todas.
Por eso siempre espero,
miro las horas indiferentes
pasar en los relojes muy viejos,
aquellos que marcaron el tiempo
de tu vida y de tu muerte.
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