Si puedes leerme,
ahí donde sea,
quiero que puedas
saber que tu historia
aún se recuerda.
En cada hoja seca
de un otoño perpetuo,
veo pasar aquel tiempo
donde todo era perfecto,
como un dulce sueño.
El universo era nuestro,
del destino fuimos dueños;
todos los días venideros
prometían paraísos
de vida en el cielo.
Pero el invierno siniestro
con sus días de gris ceniza
fue la principal apostasía
de ese amor tan inocente
cual de niños la sonrisa.
Ahora, más maduro,
y por que no también cínico,
con esa aridez muy propia
de quien todo lo ha perdido
veo atrás y me conmuevo.
Es como una estrella
en un cielo nada nítido,
un diamante en un lienzo
tan oscuro como el sino
que ambos seguimos.
Por eso escribo al aire
ese mismo que respiras,
encerrada en tu altiva
torre de resentimientos,
una nostálgica misiva.
Un mensaje que remeda
ese yo de antes, a esa mujer,
esa mujer en aquella era,
donde fuimos un instante
un amor insuperable.
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