No digo que te doy la vida
porque mi vida es tuya.
Ni mis manos en el roce
de una dulce caricia.
Porque mis manos te pertenecen
como todo lo mío que imaginas.
Si me piensas tengo cuerpo y alma,
un corazón que late todavía.
Existo en este mundo porque miras
con tus ojos buenos mis heridas.
Que cicatrizan lentamente
al abrigo de tu sonrisa.
Te doy, entonces, la salud del alma,
que contigo es noble y brilla
como el sol de cada día.
martes, 15 de julio de 2008
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