Si me permites el comentario,
si dejas que mis palabras lleguen,
quiero que sepas que no olvido
que te olvidé hace tiempo
y que ya no hay esperas.
Pero esta tarde de primavera,
al ver algunos dulces retoños,
y algunas mariposas en el cielo
tuve la sensación de un vacío
que calaba hondo en mi pecho.
No dije tu nombre, no puedo,
no busqué tus fotos, no tengo,
ni pensé en llamarte, no debo;
pero quise escribirte un poema,
unas líneas con lo que siento.
Como un loco que comprende
todas las locuras que ha hecho,
como un niño que descubre
que las aventuras son un juego
así ahora me encuentro.
Trato de mirar el pasado
con los ojos buenos del recuerdo,
pero veo tu sonrisa y las lágrimas
que brotaron de tu mirada una tarde
como esta pero en invierno.
Cuando las flores no existían,
cuando la noche era infinita
y las estrellas muy brillantes
como faros que a los lejos
presagiaban el desencuentro.
Una tarde donde hubo un eco
que retumba en las paredes
muy altas de quienes conocieron
nuestra historia en sus dos versiones,
la tuya y la mía, distintas desde luego.
En una tú eras la buena, la dulce,
la que siempre completa se entregaba,
la que amaba y en cada gesto expresaba
el amor más puro y bueno y yo un ser
que no media nada, sin alma.
En la otra campana sonaba mi lamento
por ser incomprendido, sin respeto,
un alma en pena cuyo cuerpo sufría
los dolores de amar sin remedio
a una mujer sin ningún sentimiento.
Una mujer que todo lo tomaba
dando a cambio su desprecio,
su cariño ficticio, su calor,
ese calor vacío de su cuerpo
que quemaba todo lo bueno.
Yo un egoísta que no entendía
que vivir la vida es la anarquía
el desapegarse a tiempo del ego
para dejar de ser uno y ser ambos,
un ser con un alma y dos cuerpos.
Pero poco importa decir ahora
que ninguna de esas versiones
fue lo que pasó realmente
en ese tiempo que fue todo nuestro,
como nuestros son los recuerdos
el olvido y el silencio.
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