El viento corre y despeina las copas
de los sauces en la costa tranquila, orillas
que se llaman playas, tiritan en el agua
el movimiento que estalla en olas bajitas.
La arena se funde con la noche y el día
adquiere el brillo de las estrellas, se seca,
se opaca y luego se ilumina de luna,
de sol en las tardes de canoas dormidas.
Las huellas se borran y vuelven,
marcan pasos que pronto se olvidan,
algún caracol aventurero transita lento
ignorando que en el silencio un ave lo mira.
De repente, se escucha la voz de las demás aves,
todas entonan sus canciones de vida, himnos
sin letra pero con poesía de la naturaleza
que es Dios cubierto de verdes hojas y ramas,
de su creación infinita.
martes, 15 de abril de 2008
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