Las montañas se yerguen
orgullosas en este mundo,
se encanecen sus cumbres
con la blanca nieve eterna
como muestra de que son dueñas
de las alturas donde reinan.
El viento las acaricia,
la lluvia las golpea, algunas
están cercanas al mar que juega
a acariciarlas con sus olas
que suben y bajan de acuerdo
a los designios de la marea.
En otras, grandes aves hacen nidos
en las altura perpetuas, le dan vida
y ternura de gorriones a la piedra
silente y fría que forma sus laderas;
maravillosas águilas y cóndores
despliegan sus alas inmensas.
Pero otras montañas son pequeñas,
escollos para primerizos escaladores,
con escaleras para quienes no puedan
treparse en sus amables rincones,
lugar de sueños de enamorados,
balcones de lejanos horizontes.
Esas son las montañas que prefiero,
no por humildad ni medidas, si no
que en ellas, sus colinas, puedo andar
con esta poesía mía a cuestas,
con la misma sonrisa que dejaste un día
en mis labios como un tesoro
de esos cuya valía es infinita.
martes, 8 de abril de 2008
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