Nos sorprendió la luna
en un sortilegio de locura;
hechizo que nació en las sombras
donde nuestras manos se encontraron.
Caricias hechas de miel y delicados
besos nos acompañaron toda la noche,
al compás de la brisa de un suspiro
marcado por su calidez de seda.
Las estrellas se quedaron
en el silencio de quien contempla,
salvo dos o tres que cayeron
para cumplir nuestras quimeras.
La casa se llenó de aquellas
mismas ilusiones viejas, de antaño,
las mismas de los primeros amores,
las mismas que siempre guardo.
Cuando era joven y los sueños
formaban parte del cuadro pintado
con los colores maravillosos
de la inocente pasión que dejamos.
Porque el corazón no se hace viejo,
no se quema con el fuego del engaño
ni se congela con el frío del olvido,
late con fuerza, con brío ante un cariño.
El sol llegó luego, brillando en lo alto
despertando los pájaros que cantaron
su canto más romántico; no estábamos solos,
estabas conmigo, estaba contigo respirando
el aire mágico de amarnos.
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